Testimonio de sanación de nuestro Señor Jesucristo.


El poder de la oración: Testimonio de sanación por nuestro Señor Jesucristo.
Recuerdo haber salido de casa y pidió al Señor Jesús, que me guardara y me protegiera de todo mal. No estaba muy a fin de salir aquella noche, pero, sin embargo, acabé cediendo a la voluntad de mi carne y desobedez la voz del Espíritu Santo que hablaba fuertemente a mi corazón.
En febrero de 1998, sufrí un accidente de coche, en el que fracturé la columna. El conductor del coche durmió en la dirección y chocó contra un árbol. Me encontraba en el asiento trasero, detrás del conductor y sin cinturón de seguridad. El impacto fue tan fuerte, que me arrojaron hacia arriba y golpeé con mi cabeza violentamente contra el techo del coche. Me quedé por unos segundos desacordada y recuerdo que escuché una voz diciendo: "Despierta Nadya, tienes que despertar". Entonces me di cuenta de que me había accidentado. En ese mismo momento, sentí que algo muy grave estaba sucediendo.
Había un dolor insoportable en mi columna y me recuerdo de observar si mis piernas se movían. Pero, yo no podía tocarlas, pues, usaba mis brazos de apoyo para sostenerme sentada, como si fueran dos columnas. Fue en este instante, que le pedí al Señor Jesús que nada de grave sucediera conmigo. Para mí, lo grave sería la parálisis de las piernas. Pero en ningún momento ni siquiera dudé del poder sobrenatural del Señor Jesús. Yo siempre supe que Dios era tremendo y operaba milagros y maravillas. Luego empecé a clamar por su socorro.
Entonces, el Señor Jesús me calmó en aquella hora, sentí paz, pasó el miedo y pude razonar derecho, sabía que era delicada aquella situación. Pedí a las personas que me estaban socorriendo, que no me tocaban y llamasen socorro. Levada al Hospital de Pronto Socorro (HPS), y después de todos los exámenes se constató la fractura de la columna. La explosión de la vértebra "L1", con fragmentos de huesos espetados en la médula y la fractura de la vértebra "L3", ambas de la columna lumbar. Los médicos me habían desengañado por la gravedad de lo ocurrido, me consideraba paralítica y dijeron que no volvería más a andar. Percibiendo la situación, respondí con intrepidez: "Yo no estoy paralítica, me miro mis pies, miren". Recibí entonces mi primer milagro.
Aquellos momentos que pasé en la neurología del HPS fueron de gran lucha y de mucha opresión, pero Dios me estaba fortaleciendo y guardándome, pues el riesgo era grande y yo todavía podría quedar paralítico.
Entonces, cuando fui trasladada al Hospital San José, en la Santa Casa, tuve que ser removida dentro de una camilla de acero, donde fui totalmente movilizada y sólo mi rostro quedaba descubierto. Después de una tomografía, el responsable técnico mirándome, me dijo que yo había nacido de nuevo, pues era imposible que alguien se sentía las piernas, con la médula en ese estado.
Los riesgos de permanecer paralítica eran inminentes. Después de una semana, fui sometida a la primera cirugía, de la cual corría riesgo de quedarse con secuelas neurológicas y parálisis de la cintura hacia abajo. Las posibilidades de éxito eran mínimas, pero me agarré al Señor Jesús y, a través de la fe, sabía que la victoria era cierta. Fueron ocho horas de cirugía. Primero, se hizo la descompresión de la médula y retirada de los fragmentos óseos, por el equipo de neurocirugía. A continuación, el traumatólogo realizó un injerto óseo retirado del hueso de la cadera e implantadas prótesis metálicas de titanio (dos vástagos, dos pines, seis ganchos y seis tornillos) para la fijación de la nueva vértebra L1, hecha por el médico.
Salí de la cirugía sin las secuelas previstas y todo parecía ir muy bien. Después de una semana, presenté una fiebre y debilidad, nadie sospechaba que fuera un indicio de infección generalizada. Tuve que ser operada nuevamente, con perspectivas aún peores. Los médicos le dijeron a mis padres que iba a la muerte dentro de aproximadamente ocho horas, pues había una bacteria en mi sangre que era resistente a los antibióticos. Incluso sin saber de la gravedad del problema, percibía la correría y el llanto a mi alrededor. Triplicé mis oraciones y clamé por lo sobrenatural del Señor Jesús.
Yo estaba seguro de que estaría bien y de que, si parten, iría a la gloria con Jesús, pero el Espíritu Santo me reveló que Dios tenía un plan para mi vida. El estado en que me encontraba entonces era aún más grave, pues, yo tenía una infección generalizada en la sangre debido a una bacteria. En el bloque quirúrgico, constataron una osteomielitis, es decir, una infección gravísima en los huesos, que por la medicina no tiene cura. También se constató que los tejidos envueltos de las vértebras y caderas estaban necrosados ​​y olía mal.
Después de la segunda cirugía, fui a UTI aislada con cuatro drenajes en la columna y la cadera. Me quedé allí por tres días. Después, fui trasladada a la habitación para terminar el tratamiento. Me quedé 15 días en la cama, durante 24 horas haciendo lavado con antibióticos (rifocina) en los huesos. Entraban por día, en mi cuarto, 8 tubos grandes de oxígeno, para auxiliar en el drenaje.
Desde el primer día que llegué al hospital y los últimos 15 días se sumaron 40 días, o sea, mi musculatura ya no tenía ningún vigor. Nuevamente ocurrió lo sobrenatural de Dios. Me comunicaron que yo tendría que volver a empezar a sentarse primero, y que después de caminar un paso a la vez, comenzaría la fisioterapia. En aquella noche me agarré a la palabra de Filipenses 4:13 - "Todo puedo en el que me fortalece", y clamé al Señor durante toda la madrugada, para que yo volviera a caminar perfectamente. Le pedí a él que no fueran mis pies que tocar el suelo del hospital, sino los de Jesús. Y que también fueran las piernas del Señor que anduvieran por el hospital, para que yo hablar de su amor a las personas que allí estaban.
Para honra y gloria del Señor, no necesité hacer fisioterapia. Al levantarse de la cama, el sobrenatural de Dios revigorizó mis músculos de las piernas y yo salía caminando por los pasillos. Todos se quedaron perplejos, principalmente el fisioterapeuta, pues, según él, me llevaría de tres a cuatro meses para caminar perfectamente.
Después del alta hospitalaria, continué en tratamiento. Necesité usar un chaleco ortopédico por seis meses. Fue en ese período que conocí al Everaldo que, más tarde, sería mi marido. Él se mostró un gran compañero, dándome apoyo y comprensión.
En marzo de 1999, tuve que someterme a la tercera cirugía, pues la infección causada por la osteomielitis necesitaba ser contenida. Fue en esa época que una amiga me habló del ministerio cristiano del Pr. Isaías Figueiró, para que yo pudiera estar debajo de una cobertura pastoral, antes de volver al hospital para la internación. En el procedimiento prequirúrgico, el médico me orientó que intentaría retirar los metales, pues había la sospechosa de que el foco infeccioso estaría alojado en los mismos. Recuerdo que el Everaldo, mi esposo, con poco tiempo de fe me fortalecía, diciéndome que Dios iba a completar la obra en mi vida, haciéndome perfecta y sin los metales, que los médicos decían que quedaría para siempre en mi columna.
En esa cirugía realizada en marzo de 1999, además de ser realizados todos los procedimientos hechos para contener la infección, el médico no logró remover por completo los metales de mi columna. Había calcificación ósea alrededor de algunos tornillos que sostenían los vástagos. Si él fuerza, me podría causar una nueva fractura, por lo que sólo fue posible retirar los ganchos y los pines, dejando una de las barras superiores sueltas, que llegó a estirarse, siendo posible sentirla a través de mi piel.
De marzo a noviembre de 1999, levanté un clamor a Jesús por la curación de la osteomielitis y la retirada de los metales que presionaban mi piel, causando mucho dolor, hasta el punto de que el metal rompía. Fueron ocho meses clamando y recibiendo oración de la iglesia.
Fui sometida a la cuarta y última cirugía en noviembre de 1999. En esta, los metales fueron retirados de mi columna con éxito de modo sobrenatural y comencé a mejorar día tras día. Para sorpresa de los médicos, después de cinco años recibí alta médica. Me quedé curada de la osteomielitis.
Tiempos después, ya recuperada todo se normalizó, y seguí sirviendo a Dios con alegría, tanto en mi familia y en mi trabajo, como en mis actividades en la iglesia. Quiero agradecer a Dios, que me ha dado una nueva vida plena de felicidad. Y también quiero agradecer a mi marido, a los pastores y amigos que intercedieron por mí y me apoyaron.

Que el Santo en el de nuestro Señor Jesucristo sea alabado hoy y siempre.
Nadya Medina Jacques da Silva.
Tecnóloga en Estética y Cosmética
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Usted también que vivir milagros, que con nuestro Dios nuestro Señor Jesucristo, que murió en la cruz, por usted y se resucitó de los puertos para que usted tenga vida eterna.

Señor Jesús, yo creo en tus milagros, yo creo que el Señor y los médicos de los médicos. sólo el Señor puede hacer el imposivél no existe otro como tú.
Yo creo, Señor en tus milagros, sé que el Señor murió en la cruz, para que yo tenga vida eterna, pues escribe ahora mi nombre en su libro de la vida y nunca vuelva a borrar pues sé que el Señor y mi Dios no tiene otro.
me cuida de mí, me guarda de todo mal, mientras yo esté aquí, esperando para que el Señor venga a buscarme, cuida de mi familia y los bendice con tu fuerte mano Amén.

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